Vista puesta en la Hermenéutica

Según Mauricio Beuchot, filósofo mexicano contemporáneo: "Se dice que es el tiempo de la Hermenéutica (...) y con ello se da a entender que lo que resulta más difícil es comprendernos".

Somos sujetos del lenguaje, éste nos abraza y cobija siempre, jugamos con él -o él juega con nosotros- en un afán constante y progresivo de interpretar el mundo, los signos que nos rodean.

Dijo mi querido Hans-Georg Gadamer: "El intérprete entra en diálogo con aquello que le interpela, pero no sin salir del mismo transformado".

El diálogo nos transforma, así sea carente de voz, mediante el intercambio de signos, gestos, sonrisas... el compartir, escribir experiencias en común... comunicar, pues.

Hay vías de comunicación infinitas. Se crean códigos únicos, idiolectos que brotan tímidos, en la paz del roce interpersonal, del contacto de dos o mas personalidades, fusión perfecta y delicada que materializa espíritus, que los hace tangibles y los sublima.

Hay experiencias de un diálogo tan profundo que pudiera relacionar con aquel último diálogo de Derrida con Gadamer, que a la muerte del segundo, Derridá calificó como un "diálogo ininterrumpido"... (Die Welt ist fort, ich muss dich tragen / El mundo se ha ido, ahora yo debo llevarte).

Dos semanas después de la muerte de Gadamer, Derrida dejó testimonio de su aprecio, en un texto del cual Jean Grondin (¿Qué es la Hermenéutica?, Herder 2008) nos comparte: 

"No creo en la muerte de Gadamer. No consigo creer en ella. Se me había hecho costumbre, me atrevo a decir, creer que Gadamer no iba a morir jamás. Que no era hombre para morirse. (...) Después de 1981, fecha de nuestro primer encuentro (...), todo lo que me llegaba de él me proporcionaba tanta serenidad que tenía la impresión de que Gadamer mismo en persona me lo comunicaba, por una especie de contagio o de radiación filosófica. ¡Me gustaba tanto verle vivir, hablar, reír, andar, renquear incluso, y comer y beber! ¡Mucho más que yo! Envidiaba esa fuerza que en él afirmaba la vida, y que parecía invencible. Estaba incluso convencido de que Gadamer no merecía morir, porque teníamos necesidad de ese testimonio absoluto, de alguien que asiste y participa en todos los debates filosóficos del siglo." (Grondin 146-7)


Y porque Gadamer no merecía morir jamás...

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