Fe que sube montañas

Hoy por la mañana sucedió algo inusual: a partir de las ocho de la mañana se dieron cita, a las faldas del Cerro Grande (montaña más alta de la ciudad de Chihuahua) cientos de personas, familias completas, para responder a una invitación de fe.


Con motivo de la próxima llegada de las reliquias del beato Juan Pablo II a la ciudad, esta ciudad tan sacudida por violentas manifestaciones de odio y desesperanza, se lanzó una convocatoria para subir la montaña, llegar a la cima y celebrar la santa misa en la cumbre.

El cielo se mantuvo pleno de nubes que sólo eran distraídas por algunos rayos de sol traviesos que lograron pasar. Había un viento muy fresco que hacía dudar hasta al más decidido de los escaladores espontáneos.

En mi caso fue todo un reto. Los primeros minutos me paralizó un temor profundo, entre las alergias invernales de costumbre y las secuelas de un sueño súbitamente interrumpido, dije: "no podré subir". Luego, a sugerencia de mi ágil y sabia acompañante, decidí "ofrecer" ese recorrido.

Inmediatamente me concentré y empecé a rezar. Paso a paso fui dejando que las palabras fluyeran en mi mente, sólo las interrumpí para ofrecer ese esfuerzo a diferentes destinatarios.


Es maravillosa la fuerza de la oración. El miedo se esfumó y pude disfrutar el paisaje, el momento. Pensé en cuántas personas desearían subir y las circunstancias físicas, mentales o espirituales se los impiden. Me vi diminuta frente a la voluntad de esas personas... pisé más fuerte.

Niños, jóvenes, señores... una fila dinámica iba subiendo, con alegría.

Al llegar a la cima fue la hermosa sonrisa de Juan Pablo II la que nos recibió. La misa se desarrollaba con el ánimo encendido de todos los que allí nos congregamos. 


El punto central de este relato informal, querido lector, no es en sí la alegría propia de un creyente cristiano, sino el hecho de que cientos de personas nos reunimos esta mañana, enfrentando miedos, obstáculos del terreno, para llegar a tener un momento de comunión, de oración.

Pusimos el corazón (y en muchos casos hasta el pulmón) para encontrarnos más cerca del cielo y pedir con mucha fuerza por la paz de nuestra ciudad, por el bienestar de nuestros hermanos, porque el amor se fortalezca entre nuestras familias. Éso es lo trascendente.

Necesitamos en México la fuerza que nos da la oración, como un motor que nos mueva a recuperar la armonía y el equilibrio en nuestras ciudades.

"Del pan de la paz tenemos necesidad".

IMD


"A través de la oración, Dios se revela en primer lugar como Misericordia, es decir, como Amor que va al encuentro del hombre que sufre. Amor que sostiene, que levanta, que invita a la confianza. La victoria del bien en el mundo está unida de modo orgánico a esta verdad: un hombre que reza profesa esta verdad y, en cierto sentido, hace presente a Dios que es Amor misericordioso en medio del mundo". 
Juan Pablo II

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